"¡Hijueputa!"
retumbaba por toda la casa cada vez que la Selección Colombia jugaba, ya fuera
por intentos de gol, anotaciones propias o del contrincante. La alegría o la
irá era lo que marcaba la diferencia. Mi padre gritaba el madrazo y mi mamá le
respondía con uno más fuerte.
Actuaban
como niños, me irritaban, no los entendía. Pensaba en salir corriendo o en
taparles la boca, me parecía ridículo que insultaran a un televisor. Era
inconcebible cómo pasaban de sonrientes a coléricos, cómo se estremecían,
sudaban, se revolcaban y saltaban sobre la cama por una manada de ovejas pastoreadas
por un balón. Al menos eso me parecían los jugadores de fútbol y la única
diferencia que veía entre ellos era el uniforme.
Mi
padre disfrutaba del fútbol como loco, tuvo varios equipos y jugaba como
portero cada fin de semana. De los trofeos que ganó, ya quedan pocos, se han
ido desechando porque no hay lugar para ponerlos todos. Él siempre quiso tener
un niño, pero tuvo cuatro mujercitas.
En la finca donde pasábamos los fines de
semana, armábamos dos porterías con tubos o poníamos ladrillos. Mi madre me tenía que insistir, hasta
enojarse, para que yo jugara con ellos y mi hermana. Siempre me ha gustado el
deporte, pero el fútbol no me hacía gracia. Sin embargo, terminaba corriendo en
la "cancha" para evitar problemas.
Con
el paso del tiempo me convertí en la goleadora estrella de mi padre y me gustó.
En cada paseo invitábamos amigos o familiares y no podía faltar un "picadito".
Nunca nos hizo falta un árbitro porque la pasábamos mejor cometiendo faltas. Mi
papá siempre terminaba con golpes y aruñones hechos por mi madre, que jugaba en
el equipo contrario.
Seis
años después no me convertí en futbolista, ni en hincha empedernida de todo
seleccionado o club de moda, pero dentro de mí, se despertó una pasión que no
había podido descifrar hasta ahora. Un frenesí del que mi madre se aterra y
alegra, aunque a ella parece habérsele acabado. Quizá le hace falta su
motivación, ese hombre al que le saltaba encima para celebrar cuando Colombia
metía gol.
Cuatro
días del padre en los que él no está se cumplen hoy, justo el día en que la
Selección se disputa la clasificación a los cuartos de final en la Copa
América. Tuve la oportunidad de disfrutar de la pasión del fútbol con papá y la
desaproveché.
Hoy
él no está en carne y hueso para deleitarse con el osado equipo que tenemos, pero
se quedó en mí. Me inquieto, sudo, los
pelos se me ponen de punta, brinco en la cama, sonrío y me enojo. "¡Hijueputa!"
grité una y otra vez en el Mundial pasado y lo sigo haciendo ahora por nuestra selección.