Explosiva
navidad
Crónica publicada en el Diario Regional La Crónica del Quindío.
Faltando 30 minutos para el
primero de diciembre del 2006, en víspera de la tradicional alborada de
bienvenida de navidad, Julio era recibido por los brazos de 'La Pecosa', su
vecina con quien poco se relacionaba. Ella sin pensarlo se le atravesó a un taxi
para que no tuviera opción de escabullirse y en compañía de su marido se
dirigieron con Julio hacia el hospital del sur, el más cercano al barrio Simón
Bolívar de Armenia.
Durante el recorrido, Julio
salió por un momento de su estado inconsciente y percibió como 'La Pecosa',
mientras gritaba: "se me va a morir, se me va a morir", le rasgaba la
camisa del Deportes Quindío a su marido y luego se la amarraba a Julio en sus brazos. En ese
instante también recordaba a sus padres que lo observaron casi petrificados antes
de que él se marchara, y segundos después
volvió perder el conocimiento.
Allí en la sala de
urgencias, después de haber amarrado a los bíceps de Julio dos guantes de
látex, el doctor le advirtió que sería muy doloroso lo que estaba a punto de experimentar.
Efectivamente extraer una esquirla de hierro de aproximadamente ocho centímetros
incrustada en uno de sus brazos heridos no podía suscitar otra sensación. No
obstante aquel suplicio no era comparado con el que en su corazón sentiría
tiempo después, al enterarse que una parte de él se había desprendido como se
desprende un árbol del bosque y no vuelve a nacer.
Esa misma noche, Julio fue
trasladado al hospital San Juan de Dios. Su madre lo acompañaba en el trayecto
y él se encontraba de nuevo inconsciente. Como si fuera poco sufrimiento, o
como si el destino se ensañará en tomar venganza por actos equivocados que
Julio habría de cometer en los años siguientes, la ambulancia que los
transportaba se detuvo por un largo lapso de tiempo, "Madre, si su hijo se
salva es un milagro", mencionó un imprudente enfermero; un camión de gran
tamaño se había atravesado e impedía el completo tránsito. Por tanto la
ambulancia tuvo que recorrer prácticamente toda la ciudad para arribar por fin
al centro hospitalario.
No cabe duda que los
milagros existen, al día siguiente, Julio despertó en el hospital en medio de
todos sus seres queridos. En ese momento, agradeció estar vivo y tener todas
las partes de su cuerpo, puesto que las sentía. Lo que confirmo sin dudar, al
observar el gran vendaje al rededor de sus muñecas, Julio no pensó en el
denominado miembro fantasma, "Yo creía que todavía tenía mi mano",
fue una de las frases que desató las lagrimas, mientras evocaba aquellos días.
Julio se enteró que aquel
día lo iban a operar por lo que se notó más tranquilo y especuló que sus manos
serian sanadas y todo volvería a la normalidad. Se despidió de su madre y en
sus ojos percibió una tristeza extrema comparada con la que en el pasado
escurría por sus poros después del asesinato de sus dos hijos mayores.
El 3
de diciembre, Julio despertó en una sala de recuperación. Era incapaz de
moverse del dolor y las vendas en sus manos eran aún más exageradas. Por tal
motivo, él seguía con la convicción de que todo en su cuerpo estaba normal y la
operación lo había curado por completo. Con esta idea, permaneció una semana en
el hospital y otra más en su casa,
"Nadie me decía qué me había pasado realmente, por eso pensé que estaba
bien y todo era momentáneo", manifestó decepcionado.
Cuando
le hacían las curaciones en su muñeca izquierda, siempre le pedían que volteara
su rostro hacia el otro lado y él lo hacía sin especular demasiado las razones.
A finales de diciembre, cuando la alegría navideña rondaba por la mayoría de
hogares en el barrio Simón Bolívar, Julio salió de su casa, un poco más
recuperado y su gusto por el fútbol lo condujo a patear el balón con el que sus
amigos jugaban. De repente perdió el equilibrio y en ese momento el temor de
que sus manos se lastimaran o quizá "explotaran" se apodero de él y
solo hasta el último santiamén logro separar su brazos, que parecían adheridos
a su pecho.
Al intentar apoyarse en el suelo como cuando
niño lo hacía en las tremendas caídas de juegos infantiles, su mano izquierda
no reaccionó, en ese preciso minuto él comprendió que no todo en su cuerpo era
normal, que él, por lo menos por fuera ya no era el mismo. Esto lo constató
cuando decidió mirar su brazo mutilado mientras le hacían la curación en el
hospital, después de la caída.
Según
el Instituto Nacional de Salud (INS), en la temporada de fin de año de 2006 e
inicios del 2007 hubo 446 lesionados a nivel nacional por manipulación de
pólvora, de los cuales 266 eran menores de edad. Julio a sus escasos 13 años,
hizo parte de esa desconsoladora cifra, mientras sus padres y su hermana, quien
le regalo los artículos explosivos, hicieron parte de la cifra de familiares
irresponsables que nunca pensaron que a ellos también les podría pasar algo
semejante.
No
obstante, Luz Elena Marín, docente de la Institución Bosques de Pinares, y
directora de grupo de Julio cuando estudiaba allí, considera que el accidente
de su mano, tuvo repercusiones notables, es decir que el mundo en el que ahora
Julio se desenvuelve era muy diferente al de el muchacho caballeroso,
inteligente, decente, amable y juicioso de antes del desventurado incidente.
Desde que empezó a usar sus camisas manga larga se advirtió un cambio en su
forma de actuar. Quizá el cambio de conducta
de Julio sí tenga sus bases en este episodio de su vida solo que es algo
sicológico que él todavía no ha asimilado. Sin embargo, puede ser que
simplemente el destino lo planeo así y con muñeca o sin ella sería lo que es
hoy, como el mismo lo cree y afirma.
Julio
ha reflexionado que su lesión no es una incapacidad, la prueba de eso es que
realizó estudios en el SENA en redes eléctricas y en construcción en
drywall, así que de vez en cuando
realiza trabajos. Las ganancias las divide con su madre, quien a sus 58 años
sostiene el hogar con la venta de arepas, mientras su esposo y padre de Julio
se encuentra hospitalizado en delicado estado de salud.
Desde
la muerte de sus dos hermanos, las adicciones y ahora el grave estado de salud
de su padre, la penuria económica y la
pérdida de su mano, la vida ha ido probando la valentía de Julio. Ese coraje
que lo sujetó cuando pensó quitarse la vida, porque el valiente no es el que
dispara el gatillo contra su cráneo sino aquel que teniéndolo allí, no
dispara. Y si bien esas agallas fueron
bastantes para no hacerlo, Quizá no fueron suficientes para saltar este enorme
charco y seguir su camino sin tener que
desviarse.
Julio lamenta ese 30 de noviembre del 2006 a
las 11:25 de la noche, cuando decidió armarse de "valor" y
demostrarle a sus amigos del barrio que él podía llenar aquel tubo de hierro,
con pólvora negra, enterrarlo y prenderlo como varias veces lo habían hecho y
no pasaría nada, simplemente estallaría tan fuerte como un bomba y uno que otro
vidrio se despedazaría. Pero esta vez la
suerte no alcanzó para evitar que una chispa ardiente no surgiera mientras
Julio martillaba el tubo con el objetivo de taponarlo.
Nadie
podría imaginarse que en esa víspera de diciembre, cuando los colores luminosos
adornaban las calles, los niños jugaban sonrientes, la música solo trasmitía
alegría y parranda, las botellas de cervezas ya estaban vacías y el barrio entero esperaba ansioso la
alborada, un joven de 13 años sentía como su rostro y brazos ardían, mientras
sus oídos zumbaban a punto de explotar.
Una
trozo de hierro voló hacia un cable eléctrico y allí ha permanecido 7 años,
recordándole a Julio el lugar en el barrio en que imaginó su rostro ardiente
desfigurado, vio su mano izquierda sin
ninguno de sus dedos y la palma de ella sin piel, y observó una esquirla de
gran tamaño incrustada en su mano derecha que afortunadamente pudo ser
reconstruida en la operación.
Julio
está seguro que la vida desorientada y controlada por el diablo de la droga no
se le atribuye a ese capítulo de su vida. Él reitera que si tuviera sus dos
manos seria exactamente igual, que los factores que influenciaron su conducta
fueron el contexto social en el que creció, la influencia de sus amigos, y una
decepción amorosa que lo hizo recaer. Si él no hiciera parte de ese mundo
debilitante de la droga, lo más seguro es que sería un hombre centrado y
responsable que con una sola mano podría fácilmente conseguir todas esas
aspiraciones que seguramente tendría. Sí ha de ser así, el flagelo de la droga
se convierte entonces en una incapacidad mayor que cualquier ablación.
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