sábado, 5 de julio de 2014

Explosiva navidad

Crónica publicada en el Diario Regional La Crónica del Quindío.


Las animas bebieron las primeras gotas de su cerveza y su brazo sin muñeca secó las gotas derramadas por sus ojos, mientras él contaba aquel desafortunado capítulo de su vida.

Faltando 30 minutos para el primero de diciembre del 2006, en víspera de la tradicional alborada de bienvenida de navidad, Julio era recibido por los brazos de 'La Pecosa', su vecina con quien poco se relacionaba. Ella sin pensarlo se le atravesó a un taxi para que no tuviera opción de escabullirse y en compañía de su marido se dirigieron con Julio hacia el hospital del sur, el más cercano al barrio Simón Bolívar de Armenia.

Durante el recorrido, Julio salió por un momento de su estado inconsciente y percibió como 'La Pecosa', mientras gritaba: "se me va a morir, se me va a morir", le rasgaba la camisa del Deportes Quindío a su marido y luego se la  amarraba a Julio en sus brazos. En ese instante también recordaba a sus padres que lo observaron casi petrificados antes de que él se marchara, y segundos después  volvió perder el conocimiento.

Allí en la sala de urgencias, después de haber amarrado a los bíceps de Julio dos guantes de látex, el doctor le advirtió que sería muy doloroso lo que estaba a punto de experimentar. Efectivamente extraer una esquirla de hierro de aproximadamente ocho centímetros incrustada en uno de sus brazos heridos no podía suscitar otra sensación. No obstante aquel suplicio no era comparado con el que en su corazón sentiría tiempo después, al enterarse que una parte de él se había desprendido como se desprende un árbol del bosque y no vuelve a nacer.

Esa misma noche, Julio fue trasladado al hospital San Juan de Dios. Su madre lo acompañaba en el trayecto y él se encontraba de nuevo inconsciente. Como si fuera poco sufrimiento, o como si el destino se ensañará en tomar venganza por actos equivocados que Julio habría de cometer en los años siguientes, la ambulancia que los transportaba se detuvo por un largo lapso de tiempo, "Madre, si su hijo se salva es un milagro", mencionó un imprudente enfermero; un camión de gran tamaño se había atravesado e impedía el completo tránsito. Por tanto la ambulancia tuvo que recorrer prácticamente toda la ciudad para arribar por fin al centro hospitalario.

No cabe duda que los milagros existen, al día siguiente, Julio despertó en el hospital en medio de todos sus seres queridos. En ese momento, agradeció estar vivo y tener todas las partes de su cuerpo, puesto que las sentía. Lo que confirmo sin dudar, al observar el gran vendaje al rededor de sus muñecas, Julio no pensó en el denominado miembro fantasma, "Yo creía que todavía tenía mi mano", fue una de las frases que desató las lagrimas, mientras evocaba aquellos días.

Julio se enteró que aquel día lo iban a operar por lo que se notó más tranquilo y especuló que sus manos serian sanadas y todo volvería a la normalidad. Se despidió de su madre y en sus ojos percibió una tristeza extrema comparada con la que en el pasado escurría por sus poros después del asesinato de sus dos hijos mayores.

El 3 de diciembre, Julio despertó en una sala de recuperación. Era incapaz de moverse del dolor y las vendas en sus manos eran aún más exageradas. Por tal motivo, él seguía con la convicción de que todo en su cuerpo estaba normal y la operación lo había curado por completo. Con esta idea, permaneció una semana en el hospital  y otra más en su casa, "Nadie me decía qué me había pasado realmente, por eso pensé que estaba bien y todo era momentáneo", manifestó decepcionado.

Cuando le hacían las curaciones en su muñeca izquierda, siempre le pedían que volteara su rostro hacia el otro lado y él lo hacía sin especular demasiado las razones. A finales de diciembre, cuando la alegría navideña rondaba por la mayoría de hogares en el barrio Simón Bolívar, Julio salió de su casa, un poco más recuperado y su gusto por el fútbol lo condujo a patear el balón con el que sus amigos jugaban. De repente perdió el equilibrio y en ese momento el temor de que sus manos se lastimaran o quizá "explotaran" se apodero de él y solo hasta el último santiamén logro separar su brazos, que parecían adheridos a su pecho.

 Al intentar apoyarse en el suelo como cuando niño lo hacía en las tremendas caídas de juegos infantiles, su mano izquierda no reaccionó, en ese preciso minuto él comprendió que no todo en su cuerpo era normal, que él, por lo menos por fuera ya no era el mismo. Esto lo constató cuando decidió mirar su brazo mutilado mientras le hacían la curación en el hospital, después de la caída.

Según el Instituto Nacional de Salud (INS), en la temporada de fin de año de 2006 e inicios del 2007 hubo 446 lesionados a nivel nacional por manipulación de pólvora, de los cuales 266 eran menores de edad. Julio a sus escasos 13 años, hizo parte de esa desconsoladora cifra, mientras sus padres y su hermana, quien le regalo los artículos explosivos, hicieron parte de la cifra de familiares irresponsables que nunca pensaron que a ellos también les podría pasar algo semejante.

Personas cercanas a Julio le atribuyen al contexto en que creció,  a la situación de su familia y a la historia de drogas y alcohol de su padre, la vida que él, ahora con 20 años, ha elegido. Una de esas donde la droga es la abeja reina. No importa si debe pasar por encima de unos cuantos despojándolos de sus pertenencias a mano armada o con su brazo desmembrado escondido entre su chaqueta, aparentando un arma, Julio siempre encuentra la manera de obtener el dinero para consumir, ya sea marihuana, cripa, perico, pepas alucinógenas o gotas de cocuan.

No obstante, Luz Elena Marín, docente de la Institución Bosques de Pinares, y directora de grupo de Julio cuando estudiaba allí, considera que el accidente de su mano, tuvo repercusiones notables, es decir que el mundo en el que ahora Julio se desenvuelve era muy diferente al de el muchacho caballeroso, inteligente, decente, amable y juicioso de antes del desventurado incidente. Desde que empezó a usar sus camisas manga larga se advirtió un cambio en su forma de actuar.  Quizá el cambio de conducta de Julio sí tenga sus bases en este episodio de su vida solo que es algo sicológico que él todavía no ha asimilado. Sin embargo, puede ser que simplemente el destino lo planeo así y con muñeca o sin ella sería lo que es hoy, como el mismo lo cree y afirma.  

Julio ha reflexionado que su lesión no es una incapacidad, la prueba de eso es que realizó estudios en el SENA en redes eléctricas y en construcción en drywall,  así que de vez en cuando realiza trabajos. Las ganancias las divide con su madre, quien a sus 58 años sostiene el hogar con la venta de arepas, mientras su esposo y padre de Julio se encuentra hospitalizado en delicado estado de salud.

Una prótesis luchada por su padre ante la entidad de salud, permaneció en el brazo izquierdo de Julio tan solo un día. Él se rehusó a adaptarse a ella, le parecía insoportable, así que la archivó y hasta el son de hoy, entre sus cosas viejas debe de estar. Días posteriores a su operación,  el  colegio le había otorgado, el dinero del seguro medico, además, profesores y allegados habían recolectado más para una prótesis y los gastos de recuperación. Dinero que como dice Julio se malgastó, "mucha de esa plata  me la gaste en ropa y en la casa mis papas gastaron el resto, no se compró ninguna prótesis", revela.

Desde la muerte de sus dos hermanos, las adicciones y ahora el grave estado de salud de su padre, la penuria económica y  la pérdida de su mano, la vida ha ido probando la valentía de Julio. Ese coraje que lo sujetó cuando pensó quitarse la vida, porque el valiente no es el que dispara el gatillo contra su cráneo sino aquel que teniéndolo allí, no dispara.  Y si bien esas agallas fueron bastantes para no hacerlo, Quizá no fueron suficientes para saltar este enorme charco y  seguir su camino sin tener que desviarse.

 Julio lamenta ese 30 de noviembre del 2006 a las 11:25 de la noche, cuando decidió armarse de "valor" y demostrarle a sus amigos del barrio que él podía llenar aquel tubo de hierro, con pólvora negra, enterrarlo y prenderlo como varias veces lo habían hecho y no pasaría nada, simplemente estallaría tan fuerte como un bomba y uno que otro vidrio se despedazaría.  Pero esta vez la suerte no alcanzó para evitar que una chispa ardiente no surgiera mientras Julio martillaba el tubo con el objetivo de taponarlo.

Nadie podría imaginarse que en esa víspera de diciembre, cuando los colores luminosos adornaban las calles, los niños jugaban sonrientes, la música solo trasmitía alegría y parranda, las botellas de cervezas ya estaban vacías y  el barrio entero esperaba ansioso la alborada, un joven de 13 años sentía como su rostro y brazos ardían, mientras sus oídos zumbaban a punto de explotar.

Una trozo de hierro voló hacia un cable eléctrico y allí ha permanecido 7 años, recordándole a Julio el lugar en el barrio en que imaginó su rostro ardiente desfigurado,  vio su mano izquierda sin ninguno de sus dedos y la palma de ella sin piel, y observó una esquirla de gran tamaño incrustada en su mano derecha que afortunadamente pudo ser reconstruida en la operación.

Julio está seguro que la vida desorientada y controlada por el diablo de la droga no se le atribuye a ese capítulo de su vida. Él reitera que si tuviera sus dos manos seria exactamente igual, que los factores que influenciaron su conducta fueron el contexto social en el que creció, la influencia de sus amigos, y una decepción amorosa que lo hizo recaer. Si él no hiciera parte de ese mundo debilitante de la droga, lo más seguro es que sería un hombre centrado y responsable que con una sola mano podría fácilmente conseguir todas esas aspiraciones que seguramente tendría. Sí ha de ser así, el flagelo de la droga se convierte entonces en una incapacidad mayor que cualquier  ablación.






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