JÓVENES
Y DROGA: LA NUEVA LIBERTAD DE "SIMÓN BOLÍVAR"
Reportaje ganador en la categoría Mejor Reportaje Escrito, Premios Te Muestra Universidad del Quindío. Publicado en el Diario Regional La Crónica del Quindío y en revistaposdata.wordpress.com
Barrio Simón Bolívar, Armenia-Quindío |
Es
común ver al "parche" en el nacimiento del barrio Simón Bolívar de
Armenia. Un grupo de amigos entre ellos, varios menores de edad, usualmente
envueltos en una nube de humo. "Yo fumo porque con la droga me siento
relajado, me despreocupo de los problemas, en estos momentos estoy trabado",
expresa *Damian, un joven de 18 años que consume desde los 16 y se aparto del
colegio cuando cursaba octavo grado. Ahora se dedica a vender mora y según él
no solo invierte su ganancias en la droga sino que colabora económicamente en
su hogar.
Este joven de aretes, rastas en su cabello, gorra,
pircings en lengua, rostro y orejas, tatuajes en varias partes del cuerpo, muestra con orgullo la parte inferior de su
brazo derecho, para hacer entender al
que le pregunta por una posible deserción de las drogas, que la mata de
marihuana, allí tatuada, irá con él para toda la vida. Al igual que la rebeldía
del Bart Simpson que también lleva plasmado en su piel.
Estos muchachos, que
aseguran comandar el barrio, pero respetando a la comunidad, también consumen
cripa, otra especie de marihuana pero manipulada en laboratorios, la cual
ocasiona más efectos que la regular. Además, han probado desde pegante hasta
pepas alucinógenas. No obstante al nombrar la heroína, sus rostros expresan temor y desprecio. Aseguran no consumirla y jamás
llegarlo a hacer.
El Simón Bolívar parece
dividirse en dos, ya que una carretera destapada lo fracciona. Según el grupo
de muchachos la primera parte, donde ellos viven, es la más sana y la ultima la
más dañada. "Del destapado hacia
arriba es una banda y hacia abajo es otra, pero a veces cuando los de arriba
bajan, nunca más vuelven a subir", explica *Ronald, un joven consumidor de
16 años.
Ronald es un joven amable,
colaborador, respetuoso e inteligente. Es querido por sus compañeros, amigos y
profesores, quienes destacan grandes capacidades en él y talento para salir
adelante. Él es el único miembro de este grupo de amigos que continua
estudiando, por lo que, algunos de sus profesores consideran que es todavía
salvable.
María Inés Arango, docente
de la Institución Educativa Bosques De Pinares, donde han estudiado estos
jóvenes adictos, manifiesta que la mayoría de ellos, han dejado el colegio por
que han preferido la droga por encima de su formación académica.
Según ella, a pesar de los
esfuerzos hechos por todos los docentes, coordinadores y rectora es difícil
apartarlos del contexto en que se formaron, ya que desde niños están comprando
la droga para sus mismos padres y parientes, como si fueran a comprar el pan
para el desayuno. "Desde el 2005 que inicie en esta institución, han
asesinado a más de una docena de mis estudiantes por problemas de droga, ya sea
microtráfico o consumo", expresa la docente.
Hurto y droga
Como afirma la profesora, al
dejar el colegio los jóvenes se ven más propensos a sumirse definitivamente en
el mundo de la droga y si no se encuentra una solución rápida cada vez el
problema empeora y tiene más consecuencias graves tanto para ellos como para la
comunidad.
Julián afirma que sin la
heroína le es imposible vivir, porque la desesperación es exagerada. "Si
yo no meto, me da dolor de barriga, escalofríos y ganas de vomitar". Así
mismo, confiesa que roba para poder adquirir el narcótico. Lo hace solo o con
un compañero, ya sea a mano armada, con el arma que sea, o también al que le dé el "papayaso".
Este muchacho expresa con
gran resentimiento, que su padre es el culpable de la vida que el escogió,
puesto que no lo dejaba estudiar. Quiso obligarlo a trabajar cogiendo café,
porque para él lo más importante era que su hijo aportara recursos en el hogar.
Al rehusarse, su padre lo echó de la casa.
Como él, los jóvenes del "parche"
de la parte superior del Simón, de los cuales solo dos trabajan, también
practican el hurto. En ocasiones lo consideran necesario para comprar la droga,
en especial la "yerbita". *Jaime
un joven de 20 años perteneciente a este grupo de amigos, al igual que Ronald
revela que practica los "quetos", robos simulando un arma: " le
digo a todo el mundo: no se me mueva que le meto un plomazo. Sin tener ningún
revolver". Igualmente roba con algún tipo de artefacto intimidador.
"Así es la vuelta, las
cosas se dicen como son" expresa después de su confesión. Pero aclara que no
despoja de sus pertenencias a la gente del Simón, porque esa se respeta, por lo
cual van al barrio Bosques De Pinares o a La Castilla.
Jaime sufrió una amputación
de una parte de su cuerpo por un accidente a causa de la manipulación de
pólvora. Él es el único consumidor de su parche que terminó el
bachillerato. Además hizo un curso en el Sena. Jaime se declara un concreto
farmacodependiente, específicamente de perico, marihuana, pepas y gotas
alucinógenas. Con la voz distorsionada, bajo los efectos de las pepas y la
marihuana, él afirma que si no las consume no se siente bien, se deprime, las
palabras no le fluyen, le da rabia por todo y con cualquier cosa se
desestabiliza.
Mercar
Es
usual ver a *Alex, un consumidor habitante de la calle subiendo por la parte
trasera del bus, después de haber hablado con el conductor para que lo lleve gratis.
Él es el conocido "carrito", es quien compra la marihuana o como
ellos denominan es quien "merca". "Él nos compra los moños y
nosotros le damos cualquier liguita", menciona Damian para referirse a los 500 o 600 pesos que le
dan a Alex, por el mandado.
La razón por la cual deben
enviar a Alex a otro sector de la ciudad, específicamente a la carrera 20 de
Armenia, para comprar la hierba, es porque en el barrio no se expende este tipo
de droga. Allí se comercializa es heroína, pepas y bazuco.
En los límites del Simón con el barrio Cañas Gordas, un temido barranco enfrente de una esquina, esconde la droga que actualmente se comercializa en el sector. Como es más difícil hacerlo en una casa especifica, donde pueden atrapar a los responsables, los expendedores la guardan en agujeros allí, de tal forma que si la encuentran, no los atrapan a ellos y no tienen casa que abandonar. Al momento de guardar o sacar mercancía, unos se ubican en las esquinas como "campaneros" es decir, son los que atisban para que no llegue alguien ajeno a esa organización.
A lo
largo y ancho del barrio, se pueden ver múltiples sitios desolados, o los llamados
"metederos", puntos de encuentro para el consumo. Los potreros,
barrancos y cañadas que limitan con el barrio, hacen que la inseguridad sea
mayor. Así mismo, una cañada con un sendero que conduce al barrio Génesis
limita con Cañas Gordas, a unos pasos del Simón. Allí han aparecido en los
últimos años los cadáveres ocasionados por guerras entre bandos de los tres
barrios, relacionadas con el consumo de estupefacientes.
Aceptación de la comunidad
"Ellos
llevan una vida sin pocas aspiraciones, Pero tienen corrección. El día de
mañana pueden ser honestos y trabajadores, ellos son seres humanos", dice Don
Abelardo, un hombre de edad avanzada,
habitante del barrio y trabajador del
campo. Él suele charlar con tres jóvenes adictos que en ocasiones se ubican en
la puerta de su casa, quienes afirman que la mayoría de los habitantes del
barrio consumen droga, que eso es muy normal y que sus padres y vecinos lo
aceptan, solo advierten que de ahí no pasen.
Uno de estos jóvenes,
*Yeison, que frecuenta la casa de Don Abelardo, tiene 18 años y trabaja como reciclador en el norte de la ciudad. Su familia, como la
de los demás tienen completo conocimiento de su situación, pero lo adoptan como
algo muy normal.
De igual forma, el "parche", asegura que el consumo
de marihuana se da en todo el barrio, que prácticamente todos fuman y los que
no lo hacen, lo ven completamente normal y rutinario, por lo que lo aceptan. Según Damian, la
comunidad ha adoptado la
"fuma" como una cultura. Incluso advierte que desde los 7 años los
niños están empezando a consumir.
A
plena luz del día, con un sol exorbitante
el "parche" se sienta en el parque a la entrada del barrio,
"trillan" la hierba, arman el "porro" se rotan uno o varios
de estos "baretos", como ellos llaman al cigarrillo de marihuana o
cripa. Mientras tanto, niños de 6 y 8 años juegan a su alrededor en una guerra
de piedras y arena. Cuando llega la noche, el "parche" gana miembros
y en los rincones del sector se empieza a percibir actividad. Una sensación de
peligro se apodera del entorno lo que hace que más de un desprevenido visitante
lo abandone presuroso.
Varios de estos jóvenes fueron capturados por la
policía , entre ellos Jaime, quien fue condenado a 4 años de cárcel.
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